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La costumbre del amor.

 El amor que no puede ser. El amor que siente él, el amor que siento yo, que no es correspondido. Amanece, él piensa en ella, yo pienso en él. El día sigue su curso y cada esquina me da a entender que la fascinación es solo mía, porque él está básicamente ensimismado en los recuerdos tardíos.

 No sé que estoy haciendo, pero siento que él tampoco lo sabe. Hemos pasado noches en vela hablando de diversas formas, la vida, la muerte, lo básico, lo que parece, pero no lo es tanto, la oscuridad del alma, el carácter del engaño, la felicidad aparente, la desgracia ajena, anhelando conocer un poco más del otro, sin resultado aparente. Pasa un día tras otro, nada cambia y seguimos guardando la fatalidad de la apariencia, que lo que nunca fue tal vez lo sea. En nuestras conversaciones diarias, me confesó lo que jamás pensé… Tiene miedo a la perdida, a ella, no a mí. Aunque ya lo sabía, soy un camino no un destino. Yo le ofrecí un camino adornado de frenesí, él me sirvió uno cargado de fatalidad: A las expectativas. Y así, nos reconocimos. En lo efímero de las apariencias. Al almuerzo, escogí el silencio y él, él simplemente ignoró el mensaje. De esos platos amargos que no se sirven ni fríos ni calientes, más bien de esos platos que se comen sin hambre. Yo comí sin hambre, él pidió repetir. ¿A esto jugamos? Espera, me dijo: “Tú estás jugando, yo solo te observo”. Seguí sin entender, creo que la tiene clara y yo un problema. Y pensé que no sabía lo que estaba haciendo, error HTTP 404 Not Found, mi error, otro a la lista. Pasamos al café de la tarde, como siempre él con galletas de leche, el mío oscuro y a veces sin sentido. Café triste en un día soleado, cuando debería reconfortarme el alma, es el problema de esperar que me mire y se digne a hacer algo más que escupirme a la cara. El amor, es una cosa extraña. A él lo hace sonreír, a mí me frunce el ceño. Momentos, vivimos momentos. Me veo abstraída y no entiendo como sigo insistiendo, ¿debería avergonzarme? No lo creo, él se ríe y yo ignoro el gesto. No sé porque lo hace, no sé porque lo hago. Pero, cuando se acerca el fin del día, sonando una sonata exquisita, voy entendiendo que unos tenemos problemas emergiendo gota a gota y otros se aseguraron de resguardarse sin importar los qué, los cuáles o los debería. Ese es él, y yo… Pues bueno, yo me siento un momento. Sigo observando la oscuridad del momento, lo que me puede ofrecer la noche, está noche; porque no quiero otra, es decir, una oda a la terquedad. Es el problema de los tratos invisibles, de pasar por encima de los términos y condiciones; sorprenderse cuando era claro, nuevamente los interrogantes salen a borbotones, pero debo decirlo para mí, no para él. Pero ahora, amanece y todo sigue idénticamente al ayer. Todo. Él queriéndola a ella, yo queriéndolo a él. Pero, en está madrugada hay mucho silencio, todo parecía desaparecer por el instante de las visiones, del sueño reconfortante, del cuerpo gastado producto de la inconsistencia de los problemas, del desequilibrio de las palabras, de la inestabilidad emotiva, de los problemas en una sola vía. Efectivamente, las mías; nunca las de él.

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