Promesas que jamás se cumplieron.
En
alguna ocasión nos han prometido algo que jamás se cumplió. Y nos preguntamos
sobre el impacto de esta sobre nuestra confianza y en la manera en cómo veremos
a esas personas más adelante; si hacemos alusión: “En la boca de un mentiroso,
lo cierto se hace dudoso” podemos señalar de manera enfática que indudablemente
una grieta surgió, siendo inevitable pensar que se puede volver a presentar.
Entonces, ocurre otra pregunta; ¿en qué medida puedo pensar que las promesas
son de mayor o menor valor para mí? Sin dudarlo podemos relacionarlo con la
persona que haya hecho dicha promesa. Es sencillo, si la persona que nos
incumplió la promesa no fuera importante en nuestras vidas simplemente se
entendería como un olvido y no sería relevante. Pero, el apego emocional, lo
que procede al juego de los sentimientos sobre la mera racionalidad cuando no
se tiene manejo total de los mismos nos hará presa fácil de entenderlo como una
ofensa o la carencia misma del respeto y una astilla a la confianza. Surgirá de
manera inminente el enojo, me sentiré frustrado y una inevitable decepción se
elevará como una espesa bruma de lo que no puedo controlar en otros; eso es
realmente lo difícil de entender… No tengo el control para ejercer extrema
vigilancia en las decisiones de otras personas así estás me puedan impactar. Lo
que puedo hacer es decidir por lo que me puede o no afectar, y aunque es un
campo minado, el riesgo vale la pena.
Más allá de las
respuestas que nunca vamos a recibir, solo me voy a enfocar en tratar de tener
claridad en mis pensamientos para declararme protagonista y no víctima de
las circunstancias.
Hoy,
decidimos no pagar el precio de las promesas que jamás se cumplieron.
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