Soledad.
La soledad
la envolvió de manera decidida y ella la recibió como una opción más, en ese
momento como la mejor opción. Ya era suficiente lidiar con los males que nos
trae la edad, ya la vida ha pasado muy rápido para quedarse estancado en lo
convencional. Vivió de manera decidida el amor, pero suficiente fue cuando su
compañero de vida partió, aunque la alegría de estar aún cerca de él era un
motivador paradójicamente de vida, un motivador desde la muerte. Así, que no
era difícil suponer que las cosas no pasan por casualidad y todo estaba
surgiendo, aunque de manera inesperada como ella realmente quiso. Tranquilidad
en un lugar que realmente sabía que nadie vendría a importunar, las personas no
suelen frecuentar lugares que temen, que sienten como abandonados. La gente se
asquea, no interviene, se restringe, se hace a un lado y era justamente lo que
ella estaba buscando en ese momento. Un bálsamo de tranquilidad ante lo
inminente, ella esperaba que durara poco, que no fuera tan desolador. Pero,
realmente tenía lo que necesitaba en la mano, y es que a esa edad uno ya no
pide mucho; sus medicamentos de control, siempre su café y no ser molestado.
Los
años habían transcurrido de una manera inesperada, pero sin saberlo afortunada,
contar con una vida de anécdotas, historias, no lo tiene cualquiera… Aunque, lo
que por lo general esperan es tener a alguien con quien contar; pero no era el
caso. Y tampoco hacía realmente falta. Cuando se ha vivido a plenitud y sobre
todo cuando hemos aprendido a sobrevivirnos, a nuestras expectativas falsas,
los malos amigos y lo funesto de las aclaraciones sin sentido; no resta mucho.
Como la vida llena de humo y moho; respirando lenta la soledad, pausada y sin
temor al olvido, porque si hilamos fino en efecto ya todo está olvidado, nada
trasciende. Lo importante, emerge del silencio viscoso de las emociones de la
plenitud. La que jamás pudimos alcanzar, esos son los años. Y ahora, al pasar
el tiempo y la piel esta arrugada, la vejiga no funciona muy bien, el deseo ha
caducado, no restan muchas cosas. Se anhela la muerte como una compañía
respetuosa que viene a llevarse los dolores del cuerpo y no porque me lleve a otro
lugar, solo porque me dejará justo en este, donde los rayos que lánguidos
entran a diario por la ventana, me seguirá hasta dar la última bocanada de
aliento. En el transcurrir de los años, sin quererlo nos convertimos en la
punta de la daga, que ahonda en lo profundo de lo que odiamos dándolo por
hecho. Poco a poco la experiencia nos hace entender lo perdido, más que lo
ganado y nos quedan vagas ganas de querer aconsejar a quienes vienen tras
nosotros, lamentamos no ser mejores soldados en la guerra de los inesperado y
del resurgimiento de las promesas rotas. Pero es que después de tantos años
resultamos reconsiderando lo que se dejó de hacer, cuando la muerte nos toca
con su espíritu helado, no queremos otra cosa que arrepentirnos por las
palabras jamás dichas, y las acciones como un mazo en el rostro de los
desconocidos. Cada día más cerca la sombra de la muerte y es que con honestidad
no esperaba más, todo tenía que pasar en esta justa y exacta medida. Que, si
tengo deudas, me recibirá el infierno, porque hoy bajo el olor mortecino de la
existencia asqueada ya no resta exigir un recibimiento apropiado. La verdad sea
dicha.
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